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Vettonia obliga

Sobre el blog

En este blog quiero recoger algunas de mis lecturas, pasajes de mi vida académica y de mis viajes, así como ideas sobre la cultura y la sociedad actual.

Sociedad, cultura y globalización

Uncategorised Posted on Tue, October 05, 2021 15:09

El proceso de cambio social clave en el mundo contemporáneo es el de globalización. Supone una compresión del espacio y del tiempo, y una interconexión acelerada que genera múltiples interdependencias en todo el planeta. En ese sentido, la globalización implica la aparición de un sistema mundial con un grado de integración nunca visto. Su estudio, en consecuencia, resulta necesario y es fundamental para un adecuado entendimiento de las relaciones y de los estudios internacionales.

Este manual realiza una aproximación sociológica al fenómeno de la globalización. Presta especial atención a los regímenes de movilidad vinculados a ella, a la desigualdad global y a su impacto en la cultura y en la construcción de identidades sociales. Todo ello partiendo de una aproximación que pretende definir con claridad el concepto de globalización y enmarcarlo en los desarrollos históricos que impulsaron su aparición.



Nuevas publicaciones

Vida académica Posted on Fri, December 18, 2020 11:21

Terminamos el año con dos nuevas publicaciones:

En primer lugar, una artículo sobre el público de los espectáculos taurinos: “Desruralización y prácticas culturales: el caso de los espectáculos taurinos en España”, Aposta. Revista de Ciencias Sociales, 88: 8-29.

Y, en segundo lugar, un capítulo: “Vivir el espacio y tiempo globales: reflexiones en torno a las subculturas de los mochileros y los expatriados corporativos”, en el libro de Juan A. Roche (2020), Las sociedades difusas: 143-157. Barcelona: Anthropos.



Reflexiones “covídicas”

Actualidad Posted on Wed, November 25, 2020 13:17

Que 2020 es un año raro, nadie lo duda. La pandemia producida por el virus Covid-19 ha afectado nuestras vidas. Estos meses he ido reflexionando sobre las consecuencias sociales, económicas y políticas de la enfermedad a través de las redes sociales. Bueno, sobre todo a través de Facebook, que como se sabe es una red de “viejos”. La mayoría han sido comentarios al hilo de diferentes noticias de prensa, radio o de las propias redes. He decidido reunirlos -de un modo no exhaustivo y no literal- ahora en un post, ya que reflejan mis intereses y preocupaciones durante este tiempo.

En primer lugar, resumía mis impresiones diciendo que a partir de esta crisis había aprendido tres cosas sobre el modo de pensar de la gente. En primer lugar, que la mayoría analizaba la realidad desde un punto de vista estrictamente ideológico. Además, la incertidumbre hacía que se aferraran con más fuerza a sus prejuicios. En segundo lugar, que muy pocos eran capaces de ver las cosas manejando más de una variable. Existía una gran preferencia por las explicaciones monocausales, sobre todo si presentaban un “chivo expiatorio” claro. En este sentido, decía Daniel Innerarity en un tuit reciente que para Nietzsche “lo propio de la mitología era poner un autor detrás de un acontecimiento (tipo el dios del rayo o la lluvia)”. Las teorías de la conspiración se han extendido como la pólvora. Y, en tercer lugar, que la mayoría no veía la realidad como un proceso adaptativo, sino como una estructura estática. Las situaciones cambiantes no nos gustan, queremos seguridad y establo.

Más allá de esta impresión general, me preocuparon diversos temas.  En la política internacional me sorprendió el papel de la Unión Europea. Yo, que siempre he sido un europeísta convencido, de aquellos que creen que la solución a los males de España se encuentra en más Europa y menos casticismo, me asusté de la torpeza de la UE. Su modo de proceder, en el que los países del norte trataban de limitar las ayudas a las economías del sur más afectadas, ha producido un daño moral profundo, que no tendrá enmienda. Esto es profundamente injusto, porque abrimos los mercados y permitimos que los países del norte -sobre todo Alemania- compraran nuestras empresas industriales a cambio de estar bajo el paraguas de la moneda única. Ahora que tienen las empresas, quieren quitarnos el paraguas. Y esto no puede ser. Además, las justificaciones a esta racanería estaban basadas en prejuicios racistas, como cuando el primer ministro holandés decía que nos gastaríamos las ayudas en fiestas y vino. A veces se olvida que con las ayudas hemos hecho, sobre todo, infraestructuras. Un ejemplo es el caso de la red de fibra óptica, una de las mejores de Europa y del mundo. Netflix tuvo que bajar la calidad de las trasmisiones en la UE para no saturar las líneas, menos en España. Pero esta actitud ha tenido su contraparte negativa para ellos: ahora todos sabemos que Holanda es un paraíso fiscal y que nos hace “dumping” fiscal. Está bien ser cornudo, pero no apaleado.  

La UE continuará, afirmaba, pero ya nunca será vista como un ideal. Después, vendrán los lamentos y los Brexits. Al final, ante el miedo al resquebrajamiento del mercado único se llegó a un acuerdo. Este, en principio, no suena mal. Por primera vez la UE emitirá deuda conjunta, la Comisión Europea adquiere fuerza frente al Consejo Europeo a la hora de gestionarla, el veto parece que se queda en un “vetito” (aunque recientemente polacos y húngaros están tensando la cuerda) y aumenta el presupuesto de la UE. Podía haber sido mejor, pero también mucho peor. En todo caso, la UE ha quedado retratada negativamente ante la ciudadanía por su falta de reflejos y por las disensiones internas.

A esto habría que sumar el papel de las potencias externas. China envió ayuda a Europa, mientras los Estados Unidos de Trump hacían todo un papelón cuando decidieron cortar los vuelos unilateralmente, pero mantenían el flujo de bienes y capitales. Es decir, mantenía la globalización y al mismo tiempo molestaba a sus aliados. Puede ser un buen indicador de la reconfiguración del orden mundial y de la nueva fase global que nos espera. China se mostró más rápida que la UE y su aliado natural, los Estados Unidos, a la hora de ayudar a los europeos.

Puede ser que la actitud China fuera propaganda, aunque es una que ha funcionada. Muchos han olvidado la naturaleza del gobierno chino. Aunque no debemos dejar de lado que las recetas chinas para acabar con el virus descansan en un fuerte autoritarismo. El gobierno chino confinó tan bien en Wuhan y controló a la población porque ya tenían mucha experiencia previa.

La política nacional proporcionó, como nos tiene acostumbrados, una serie de situaciones grotescas, de descoordinación y de enfrentamiento cainita que rayaron en el esperpento. Como muestra se puede recordar al líder de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid diciendo que la cuestión era “ser virus o ser vacuna”, a la Presidenta de la CAM haciendo negocios inmobiliarios con los amiguetes, a las diferentes Comunidades Autónomas pidiendo competencias durante el confinamiento y luego pidiendo centralización cuando se las dieron porque no sabían gestionar la situación, al sacrificio de la salud pública para salvar al “soldado turismo” o al uso torticero de los datos sobre enfermos y muertos durante toda la crisis. Al final, incluso los jueces se unieron al espectáculo cuando dictaron sentencias contradictorias sobre las medidas que adoptaban las Comunidades Autónoma. Puro Celtibera Show.

Quizá una de las cosas que más me ha sorprendido es lo poco asentado que está el pensamiento científico en España, en concreto, y en el mundo más desarrollado, en general. Cuando hablaban los científicos en los medios de comunicación mostraban dudas y lo hacían en condicional. Lanzaban hipótesis y hablaban de probabilidades. Ese mensaje, se ha visto claramente, no ha calado. La gente necesita “expertos” seguros de sí mismos y de su mensaje. Nada de probabilidades, quieren tener clara la situación y que les marquen el camino. Bueno, más bien, que les digan que todo volverá a ser como ellos quieren. La ciencia, como decía Max Weber, puede decirnos cómo es el mundo, pero no cómo hemos de vivir. Y esto no es algo que muchos estén dispuestos a aceptar.

Un ejemplo de esto es el éxito de programas como el del periodista Iker Jiménez, que antes de la pandemia hacía un programa de entretenimiento centrado en lo oculto, lo paranormal o, entre otros temas, las visitas de alienígenas. Decidió tocar el tema del coronavirus y alinearse con los llamados “escépticos” o “negacionistas”, una difusa amalgama de personas que creen en diversas teorías de la conspiración sobre los orígenes, la existencia o la intencionalidad de la pandemia. Después dio un pasito para atrás, pero, como escribí, “el creador fue devorado por su propia obra”, ya que le llamaron traidor aquellos que alentó. 

Esta actitud tiene mucho que ver, creo, con la búsqueda de la seguridad. Las sociedades occidentales somos sociedades ricas y envejecidas, poco amantes de los riesgos. Y el mensaje que identifica peligros de un modo claro y nos dice el modo de combatirlos cala entre la población. El nuevo populismo basa buena parte de su éxito en esto. El problema es que una pandemia como la actual no tiene soluciones fáciles. Entonces se recurre a lo que Zygmunt Bauman llamaba una sobredosis de seguridad activa. Ya que no podemos evitar la enfermedad, porque solo la ciencia podrá erradicarla y hace falta tiempo, recurrimos a las medidas de seguridad activa que están en nuestra mano.

Por un lado, los gobiernos han establecido medidas contundentes de seguridad pública: confinamientos, toques de queda, prohibiciones de la movilidad o, entre otras, el uso obligatorio de mascarilla. La eficacia de dichas medidas es objeto de discusión por parte de los científicos. Sin embargo, muestran a la ciudadanía que las autoridades están haciendo algo. En España, donde no hubo ningún problema de seguridad ciudadana, se impusieron 700.000 sanciones durante los 40 días de confinamiento. La mayoría no se cobrarán, pero mostraban a la ciudadanía que el gobierno estaba haciendo algo.

En los Estados Unidos, por otro lado, tomaron la seguridad activa de un modo privado. Allí aumentó mucho la venta de armas como medida preventiva. Como está claro que no se puede matar un virus con una pistola, se entiende que los estadounidenses no se fiaban del vecino durante la cuarentena. Lo que no es sorprendente, pues allí es habitual que se produzcan saqueos y desórdenes públicos ante la más mínima crisis.

En todo caso, la búsqueda de seguridad produjo que muchos ciudadanos se inclinasen hacia “chamanes” que tenía todo claro y “políticos populistas” que les ofrecían seguridad. Otro asunto es que después algunos de esos políticos estuvieran dispuestos a sacrificar a los más ancianos, su base electoral más fuerte, para “salvar la economía”. De tanto buscar “seguridad” se encontraron “desprotegidos”.

La actitud anticientífica ha tenido, además, otro damnificado: las vacunas. El movimiento antivacunas no es nuevo, pero ha hecho su agosto con la pandemia actual. Con un argumentario que azuza los miedos: vacunas no probadas, consecuencias nefastas de la vacunación, oscuros intereses de los laboratorios…, se ha conseguido que, en España, un país donde la vacunación es prácticamente universal y está muy aceptada por la población, según una encuesta del CIS más del 40% de la población diga que no se pondría la vacuna para el Covid-19.

La percepción del riesgo es subjetiva, claro está, pero sorprendente. Conozco muchas personas que dicen que no se pondrán la vacuna, porque es peligrosa y porque “nos están engañando”. Pero curiosamente esas mismas personas antes, e incluso ahora, consumían drogas “ilegales”, que como todos sabemos se fabrican en maravillosos laboratorios marroquíes o colombianos con un estricto control de la calidad y a las que no se añaden todo tipo de aditivos peligrosos para la salud. También lo dice gente que se “cicla” en gimnasios con productos comprados en webs chinas de toda confianza.

Con esto, obviamente, no estoy diciendo que las vacunas no puedan tener efectos adversos, pero sí que el rechazo actual no es fruto de un debate serio sobre los mismos. Responde a miedos producidos por una situación de incertidumbre y, también, por una desconfianza muy marcada en España hacia la política y los políticos. En todo caso, en esto de las vacunas existe una palmaria contradicción: queremos superar el Covid, pero sin vacunarnos, sin utilizar mascarillas, sin restricciones a la movilidad, sin confinamientos… Pues díganme, señores y señoras, ¿cómo se hace eso?

Otro aspecto que me ha llamado la atención es lo apegado que estamos a nuestras costumbres, aunque puedan resultar contraproducentes. Cuando se cerraron los colegios, institutos y universidades apenas hubo contestación social. Pero cuando se decretaron medidas que limitan la actividad en bares y restaurantes, la cosa cambió. Es algo que no deja de sorprenderme, al igual que la obsesión con las terrazas. Me recuerda a la escena final de la película 1 Franco, 14 pesetas, donde la solución a todos los graves problemas de una familia de emigrantes retornados al país se encuentra en pasear por la Gran Vía y tomarse una caña en una terraza.

Y no es que yo no fuese usuario de bares y restaurantes, que lo era. Pero puedo prescindir de ellos antes una alarma sanitaria. De hecho, prácticamente no los he frecuentado durante este año. Entiendo los nervios de los hosteleros y restauradores, porque estos procesos pueden implicar un cambio de costumbres. Podría ocurrir que los españoles que no van a los bares se den cuenta que no es necesario dejarse tanta parte de sus ingresos en los mismos. Los jóvenes ya desertaron y se pasaron al botellón. ¿Y si lo hacen los adultos y deciden montarse sus fiestas, mucho más baratas, en espacios privados como ocurre en el resto de Europa?

Incluyo, por último, una entrada que hice sobre un artículo que ligaba la ciudad de Leganés con una mayor incidencia del Covid por ser una ciudad “de clase obrera”. Trataba de mostrar que esos análisis “pseudosociológicos” no acertaban apenas nada:  

“Leganés como el Bronx. Desde luego, no hay como escribir con brocha gorda. Leganés es una ciudad colindante con Madrid que, en efecto, creció sobre todo durante los años 60, 70 y 80 sobre todo con inmigrantes procedentes de las dos Castillas y Extremadura. Sin embargo, pintarla como una ciudad de clase baja o algo así es no saber demasiado del tema. Vamos por partes.

a) En efecto hay barrios con un nivel socioeconómico medio o bajo, como San Nicasio o Zarzaquemada, pero otros tienen un nivel medio e incluso alto. En algunos barrios la renta media está por encima del 90% de la Comunidad de Madrid, una de las comunidades más ricas de España. Comparable a algunas de las zonas más acomodadas de la capital. De hecho, muchos de los hijos de esos inmigrantes tuvieron que comprar viviendas en municipios más al sur de la capital, porque los precios inmobiliarios se dispararon durante los años del boom.

b) Otro indicador es la esperanza de vida. Hace no muchos años el municipio salía en el mismo periódico en el que escriben estas autoras señalando que tenía una de las esperanzas de vida, tanto para hombres como para mujeres, más altas de Europa.

c) Es verdad, por otro lado, que es una de las poblaciones más afectadas por el Covid-19. Sin embargo, reducirlo todo a un asunto de clase es algo simplista. Zarzaquemada, por ejemplo, es uno de los barrios más poblados del municipio, con una renta media-baja, y una de las densidades de población más altas del continente europeo. Allí se han producido bastantes casos. Es un barrio, por otro lado, muy envejecido. Habría que ver qué factor ha afectado más.

d) Tampoco se menciona que en el municipio hay 8 residencias de ancianos. En una de ellas murieron casi 100 personas. De hecho, en residencias han muerto unas 260 personas. Prácticamente la mitad de los fallecidos.

En definitiva, un artículo muy deficiente. Y no es cuestión de orgullo localista o un chovinismo de la “patria chica”, sino de simple respeto a la realidad”.

En fin, y por concluir, también se dijo que la pandemia nos haría mejores personas. En El Mundo se recogía el siguiente titular: “Condenan a un hombre a pena de muerte en Singapur a través de una videollamada de Zoom”. Mucho mejores, sin duda.



A propósito de Roca Barea y Max Weber

Libros Posted on Fri, January 03, 2020 13:46

Estos días ha caído en mis manos el libro de María Elvira Roca Barea, Fracasología. España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días (Madrid, Espasa, 2019). Ha sido un regalo navideño, como podrá suponer el lector, y en el continúa las andanzas de Imperofobia, que ya reseñé en este mismo blog. La línea argumental es más o menos la misma, defendiendo una idea muy concreta de España, antes de los malignos e injustificados ataques exteriores, ahora de los malvados quintacolumnistas (afrancesados, intelectuales, masones y gente de mal vivir). En fin, no le hubiese dado mayor importancia de no ser por el capítulo 11, que dedica a Max Weber. Este es un despropósito de tales dimensiones que me he visto impulsado a escribir estas breves líneas. De hecho, dejaré de lado el resto del libro y me centraré en este capítulo.

El capítulo de dedicado a Max Weber, sobre todo a su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, arranca con una pregunta que contiene implícita la respuesta: “La pregunta es, ¿alguien ha leído despacio a Max Weber?” (p. 358).  El lector poco acostumbrado a leer ensayos filosóficos y científicos pensará en seguida: es verdad, los intelectuales antiespañoles son unos zoquetes “germanófilos” que hablan de cosas de las que no saben nada. Menos mal que está aquí la Sra. Roca Barea para abrirles los ojos. La realidad, sin embargo, es muy otra, pues si hay un autor al que los sociólogos y politólogos han dedicados horas de reflexión es a Max Weber. La respuesta correcta es: “sí, mucha gente se ha leído despacio, muy despacio, a Max Weber”. Le recomiendo, por ejemplo, la siguiente obra: En el centenario de la ética protestante y el espíritu del capitalismo, editada por Javier Rodriguez Martínez y publicada por el CIS en 2005. Verá la Sra. Roca Barea que hay gente que ha leído a Weber.

Pero este solo es el inicio, porque como no se maneja con solvencia la más mínima bibliografía crítica sobre el economista y sociólogo alemán, los despropósitos continúan línea tras línea. Veamos. La tesis principal de Roca Barea es que Max Weber provenía de una familia calvinista y que La ética protestante… fue escrita para ensalzar el calvinismo, como origen del capitalismo y echar por tierra el catolicismo. Es decir, el capítulo mantiene que Weber escribió la obra para confirmar sus prejuicios de raíz religiosa. Bueno, siempre es difícil saber cuales eran las motivaciones reales de un autor, pero hay dos hechos que están bien asentados en la literatura científica.

En primer lugar, Weber tenía en mente un “enemigo” diferente al catolicismo para escribir el libro. De hecho, la tesis de Weber se gestó frente al materialismo histórico de Karl Marx. Según este último, como es bien sabido, la estructura material de la vida determinaba la conciencia de las personas y no a la inversa. Weber pretendía mostrar que la conciencia podía determinar, al menos codeterminar, la estructura material de la vida, invirtiendo la tesis marxista. Esto es algo que está muy asentado y que conoce cualquier estudiante de los primeros cursos de Sociología, Filosofía o Ciencia Política.

Pero según Roca Barea podría decirse que, en segundo lugar, en Weber operaban profundos prejuicios religiosos y que, aunque el enemigo manifiesto podía ser Marx, el latente era el catolicismo (que en el libro de Barea se identifica siempre con España, que parece que no puede ser sino católica). Para demostrarlo, resume en unas páginas la biografía de Weber: de padres calvinistas (el padre, poco, la madre, mucho), enfermizo y casado con una mujer con la que no se acostaba y a la que engañaba con una pianista famosa: “Mina Tobler, que ayudó a Weber a superar su rigidez calvinista y le enseñó a disfrutar un poco de la vida, de las artes y de otras cosas” (p. 359). Me encanta lo de “otras cosas”, es tan de rebotica de pueblo. Pues sí, Weber tenía una vida sexual, sentimental y una salud conflictiva. Eso se sabe desde hace mucho tiempo: incluso su mujer, Marianne Weber escribió una biografía famosa y edulcorada sobre su marido, que sin embargo deja traslucir estas cosas (Max Weber. Una biografía, México, FCE, 1996). Pero si lo que quiere Barea es mostrar la “depravada” o “triste”, según se mire, vida de Weber, podría recomendar la voluminosa biografía de Joachim Radkau: Weber, la pasión del pensamiento (México, FCE, 2005), en la que se analizan pormenorizadamente todos estos temas.

Lo que no cuenta, quizá porque se le cae la tesis, es que Max Weber era escasamente religioso. El mismo lo dice con una famosa frase acerca de sí mismo: “falto de oído para lo religioso”. Una persona puede estudiar un fenómeno por un interés puramente racional. Se puede estudiar la conducta criminal, como hacen infinidad de criminólogos, sin necesidad de provenir de una familia de mafiosos y sin tener una propensión a romper la ley. A Weber lo que le interesaba era la influencia de la religión en la economía, no la religión en sí. Y parece poco probable que dedicara muchos años de su vida a ensalzar una religión, la “calvinista”, y a hundir otra, la “católica”, para las que tenía “poco oído”.

Bueno, dejemos de lado las motivaciones, y centrémonos en el análisis del texto. Una de las cosas que sorprende a la autora es que Weber va eligiendo diversos elementos, de un modo aparentemente azaroso, de entre las distintas confesiones religiosas, sin una lógica visible. Con estos elementos él construye un retrato de la “ética protestante”. Es lo que denomina un “tipo ideal”. El problema principal de la Sra. Roca Barea, y por el mismo no entiende a Weber, es que parece desconocer los rudimentos de la metodología weberiana. No le sorprendería tanto la forma de proceder de Weber si hubiese incluido la noción de “tipo ideal”. Esta metodología de trabajo, con la que se puede estar de acuerdo o no, esa es otra historia, es la que da vida a su modo de trabajar. El tipo ideal es una construcción subjetiva en torno a un problema de investigación, que no se corresponde de modo absoluto con la realidad, y que tiene la misión de generar nuevas ideas. La potencia del tipo ideal de “ética protestante”, por tanto, no es su mayor o menor adecuación a la realidad, sino la capacidad de abrir nuevos campos a la investigación científica. (Aunque esto nos llevaría a hablar de neokantismo, la llamada “segunda disputa del método científico” y de otros auntos que rebasan el interés de la autora).

Luego, sin venir mucho a cuento, habla de la caída del Imperio Romano, que muchos achacan al cristianismo (y por extensión al catolicismo). Dice que se aprovecha la relación ente economía y religión para culpar al catolicismo. Lo que la Sra. Roca Barea olvida (o directamente desconoce), sin embargo, es que el propio Max Weber dictó una conferencia sobre la caída del Imperio Romano (Fundamentos sociales de la decadencia antigua, Oviedo, KRK, 2009). En la misma, no culpaba al catolicismo ni a la religión de esta. Sostenía, por el contrario, que la principal causa fue una alteración de la estructura productiva del Imperio, que dejo de estar centrada en las ciudades y pasó a estarlo en el campo y los latifundios iniciándose el proceso de feudalización y el paso del esclavismo a la servidumbre. Es decir, en este caso para Weber la estructura económica, y no las creencias religiosas, era el principal factor explicativo del cambio social  

Porque, y ahí radica la principal carencia de Barea al interpretar a Weber, este no sostenía que la religión “protestante” creara el capitalismo y que resultase necesario arrinconar al catolicismo para que este triunfara. Weber sostenía que el desarrollo capitalista se vio favorecido por ciertas doctrinas éticas del protestantismo ascético y que por eso se desarrolló con más fuerza en algunas regiones que en otras con sistemas éticos diferentes. Es decir, esta ética fue un factor más, entre otros, que codeterminó el origen del capitalismo en un momento histórico concreto. En otros, esas mismas doctrinas no tuvieron ningún impacto. Así, como se ha visto, la religión según Weber no fue significativa en la caída del Imperio Romano. Además, y para terminar, Weber sostenía que una vez implantado el sistema capitalista, este desarrollaba una doctrina ética, un “espíritu”, independiente de la religión y de las doctrinas éticas que ayudaron a gestarlo. Pero bueno, estas sutilezas escapan del análisis de esta autora.

Por último, y por no extenderme mucho más, también dice que Weber se equivocó con China, ya que según el autor alemán la doctrina ética del confucianismo era una estructura tradicional que impedía el desarrollo capitalista. La prueba de su error es que China se ha convertido en una potencia económica capitalista los últimos años y que el confucianismo ha sido un motor de ese cambio. Se le olvida señalar que, entre los escritos de Weber realizados los primeros años del siglo XX, y el éxito de China, a finales de ese siglo y durante los primeros años del XXI, han pasado algunas cosas. La principal es que a China llegó una ideología desarrollista gestada en occidente, el marxismo, que transformó la sociedad china. Barea es consciente de ese hecho, aunque lo oculta y habla de “maoísmo”, que suena más chino y menos marxista, como si el maoísmo hubiese sido un invento que surgió de la China rural.

 

 

En fin, creo que estas líneas pueden darnos una idea del tono del capítulo, de sus imprecisiones y carencias. La Sra. Roca Barea es filóloga y doctora en Literatura medieval. Se le nota cierta dificultad a la hora de hablar de Filosofía y Ciencias Sociales, aunque escribe bien y consigue hacer creíbles argumentos de lo más peregrino. Max Weber es uno de los autores más citados en Ciencias Sociales (y no solo por la Ética protestante…) en todo el mundo, también en España, y ha sido estudiado (y leído) en profundidad. De hecho, el ensayo sobre el que habla Barea ha sido sometido a escrutinio crítico una y otra vez.  Ese es el destino de cualquier texto científico, ser sometido a crítica y superado. Pero el capítulo que María Elvira Roca Barea dedica a Weber no es una crítica científica. Es “otra cosa”.



Nueva publicación: Perelló, S. (Ed.): Estructura social contemporánea. Valencia: Tirant Lo Blanch.

Vida académica Posted on Wed, October 02, 2019 18:42

Acaba de aparecer el manual para la asignatura Estructura social contemporánea que edita el profesor Salvador Perelló y en el cual colaboro con dos capítulos, uno de modo conjunto con la profesora Ana M. Martínez Pérez sobre “Cambio y conflicto social” y otro en solitario sobre “Cultura y estructura social”. Ha sido editado por la prestigiosa editorial Tirant Lo Blanch. Espero que os interese.



Políticas de clase

Libros Posted on Tue, June 18, 2019 14:37

La relación entre las clasessociales y la política es desde el inicio de la Revolución Industrial una cuestión que ha suscitado vivos debates. Bien sea para negar su relación, bien para buscar las correspondencias entre los partidos y los movimientos sociales con algunas de ellas. Pues bien, este debate ha tenido especial relevancia para la izquierda, en cualquiera de sus variantes, porque tradicionalmente se ha reclamado garante de los intereses y aspiraciones de las clases populares, en general, o de la clase obrera o trabajadora, más en concreto. Desde el otro extremo político se ha negado dicha relación afirmando, en la esfera de lo fáctico, que las clases populares simplemente han sido integradas en una omnicomprensiva clase media o, en la esfera de la ideología, negando los intereses contrapuestos de las diferentes clases, puesto que confluyen en el “interés general” de la comunidad política (comoquiera que sea definida).

Se han publicado recientemente dos libros que tratan la relación entre los partidos de izquierda y las clases trabajadoras. Han tenido una buena acogida, lo que muestra el interés suscitado en torno a esta temática. El primer es el de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora (Madrid, Akal, 2018) y el segundo el de Ignacio Urquizu ¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente (Barcelona, Deusto, 2019). Ambos son autores de izquierda, si bien Bernabé más ligado al comunismo y Urquizu a la socialdemocracia (fue diputado y ahora es alcalde por el PSOE).

La principal tesis es de La Trampa de la diversidad es que el sistema económico neoliberal ha fragmentado la acción colectiva de la clase obrera mediante las individualistas políticas identitarias. En todo el mundo y también en nuestro país. Así,

“llegaron a España las guerras culturales, conflictos en torno a los derechos civiles y representación de colectivos que situaban lo problemático no en lo económico o lo laboral y muchos menos en lo estructural, sino en campos meramente simbólicos. El matrimonio homosexual, la memoria histórica, el lenguaje de género o la educación para la ciudadanía empezaron a ocupar portadas de los medios y a crear polémicas. (…) El centro de gravedad del debate se había desplazado de la redistribución económica a la representación simbólica. (…) Lo interesante aquí es ver que, cuando menos capacidad de cambiar lo material tiene una corriente política, con más insistencia tiende a buscar las formas de influir a través de lo simbólico” (pp. 130-131).

En una línea similar se expresa Urquizu al analizar a la “gente corriente”, al “ciudadano medio” o al “hombre medio” en España. Considera que los obreros cualificados son el grupo más extendido entre la población y que mejor la representa. Describe al hombre medio como un colectivo temeroso de la globalización, la inmigración y las nuevas tecnologías. Los describe como menos informado y menos interesados por la política que otros grupos sociales. Además, cuando toman decisiones lo hacen más en función de criterios ideológicos y con la vista puesta en el futuro, no tanto en acontecimientos pasados. Este hombre medio es tradicionalmente más de izquierda en España que otras clases sociales, sin embargo:

“La mayor fragmentación social ha empujado a los dirigentes de la izquierda a construir nuevas coaliciones sociales basadas en cuestiones identitarias, dejando de lado a quien ha sido tradicionalmente su sujeto político: el obrero, el hombre medio” (p. 124).

Pese a estos condicionantes, sostiene que el obrero cualificado en nuestro país no se ha decantado por el momento por opciones de extrema derecha como en otros países de nuestro entorno. Sin embargo, la obra parece escrita precisamente con esta idea en mente.

Tanto Bernabé como Urquizu están preocupado por una brecha, real o posible, entre las clases populares y los partidos que tradicionalmente se han presentado como defensores de sus intereses. Bernabé presta especial atención a los condicionantes ideológicos, esto es, el neoliberalismo y el individualismo identitario, que pueden apartar (o lo hacen realmente) a las clases obreras de los partidos de izquierda. Y Urquizu se fija más en las posibles expresiones empíricas que las alejarían (o las alejan) de los mismos. El primer es más pesimista, sosteniendo que los partidos de la izquierda han aceptado el juego identitario y, por tanto, ha caído en la trampa de la ideología neoliberal. El segundo es más optimista cuando afirma que los obreros cualificados continúan siendo mayoritariamente de izquierdas en España y son poco proclives a apoyar partidos de extrema derecha. Sin embargo, también es cauto y teme que dados los condicionantes sociológicos de esta clase social puedan terminar inclinándose por este tipo de opciones políticas. En todo caso, y en esto coincide con Bernabé, aboga por recuperar la centralidad de las políticas de clase en el discurso de los partidos de izquierda, lo cual no implica para ninguno de los autores rechazar u olvidar las políticas identitarias.



Cómo ser feliz a martillazos

Libros Posted on Sat, January 26, 2019 16:27

 “La autoayuda es un concepto en sí mismo imposible. La ayuda real no puede nunca ser autoabastecida. Que nadie se engañe, somos animales sociales y los bienes que queremos disfrutar, de algún modo, han de ser provistos desde el exterior. Auto-ayudarse es como obtener satisfacción afectivo-sexual a través de la masturbación. No es la mente consciente la que debe salvarnos de nosotros mismos, sino la acción que transforma el mundo y que
nos permite, a su vez, gozar de él. No es ayudándonos a nosotros mismos como podemos revertir una situación difícil, sino transformando el mundo”.

Así comienza Cómo ser feliz a martillazos. Un manual de antiayuda (Melusina, 2018), del filósofo y antropólogo Iñaki Domínguez, y en esas breves líneas se resumen muy bien la tesis principal del ensayo. El libro pretende ser una especie de “manual de ayuda”, pero combatiendo los tópicos de los demás libros del género. Sobre todo, el pensamiento mágico o creencia en el poder de las ideas para conseguir modificar la realidad o, al menos, hacernos capaces de soportarla.

Lo que más me ha gustado de libro, con cuyas tesis que estoy de acuerdo en su mayor parte, es en el deseo de combatir el pensamiento mágico. Aunque parece lógico, insistir en que modificar nuestra mente no significa cambiar nada en el mundo si no pasamos a la acción, es algo que puede resultar incomodo a muchas personas. Muchas se han instalado en la creencia de que el “crecimiento personal” implica una directa y necesaria mejora en las condiciones de existencia. Iñaki Domíguez, con buen juicio, invierte la ecuación. Cambiar nuestras circunstancias vitales es el camino al crecimiento y el bienestar personal. Y no al contrario.

Su idea es que solamente actuando y generando hábitos que nos permitan transformar el mundo conseguiremos ser felices y podremos ayudarnos a nosotros mismos y a los demás. El planteamiento de Domínguez me ha recordado la tesis que daba forma a uno de los libros de Richard Sennett El artesano (Anagrama, 2009): “hacer es pensar”. Desligar el pensamiento de la acción, el cerebro de la mano, creo que nos aleja de una comprensión de nuestro papel en el mundo.

Además, en este Manual de antiayuda también está presente de un modo fuerte una crítica al individualismo del concepto de autoayuda. Se aboga por una individualidad crítica, pero con plena conciencia de que la acción siempre es colectiva y está mediatizada por lo colectivo. Pensar de otro modo, también pienso, es una ilusión fomentada por la sociedad individualista y consumista en la cual nos ha tocado vivir. Actuar supone vivir en sociedad y la felicidad y el éxito son también, e inevitablemente, hechos sociales.

En definitiva, una lectura amena en la que el autor no tiene problema en desnudarse con relatos de sus propias vivencias con tal de llegar al lector. Una técnica, por otra parte, tomada de los libros de autoayuda para conseguir conectar sentimentalmente con la audiencia. Tampoco en incluir referencias eruditas, junto a otras de la cultura popular. Con todo ello consigue, creo, emular los textos que está criticando y hacerlos implosionar.



Espectros de la movida

Libros Posted on Wed, January 09, 2019 17:42

Leí estas navidades con curiosidad e interés el libro de Víctor Lenore Espectros de la movida. Por qué odiar los años 80 (Madrid, Akal, 2018). Es, en cierto sentido, una profundización de algunos temas e ideas que ya aparecían en Indies, hípsters y gafapastas. La tesis principal defendida en este ensayo es que la llamada “Movida madrileña” fue un movimiento apolítico producido por individuos de las clases medias y altas, que anticipó y, al mismo tiempo, favoreció la llegada y la implantación de la globalización neoliberal y la sociedad de consumo en España. El “Régimen del 78”, que es como se llama en la obra lo que antes se denominaba “Transición”, sobre todo el PSOE, utilizó la movida en un intento de dar una pátina de modernidad al país y hacerlo más presentable en el extranjero. Según Lenore también cumplió la función de anestesiar y despolitizar la sociedad española.

La tesis de Víctor Lenore se opone radicalmente a la que mantenía en Cristina Tango en su libro La transición y su doble (2006). La resumía en una entrada anterior de este blog así: “Como hipótesis parte de la existencia de dos “narraciones” opuestas y enfrentadas sobre la transición. De un lado, una oficial que enfatizaría el olvido y el consenso y, de otro, una oficiosa surgida de la cultura que se extiende subterránea y rizomática frente a las imposiciones de la cultura o narración oficial. Para Cristina Tango “la Movida” es un ejemplo claro de esa “narración alternativa”, que no olvida y no se amolda al consenso”. En esa entrada me posicionaba un tanto en contra de la tesis de Cristina Tango, pues como Lenore veía en la movida más como un movimiento apolítico y una llegada del mercado de consumo que como una manifestación de resistencia.

Dicho lo cual, aunque concuerdo con Víctor Lenore en lo anterior y en la mayor parte de la valoración de “la Movida”, el libro me ha hecho esbozar una sonrisa en un par de ocasiones y me suscita algunas dudas el análisis
socioeconómico de fondo. En primer lugar, Lenore tiene tirria a Alaska y Mario Vaquerizo. No se lo reprocho, la verdad. Pero estos dos personajes creo que no son tan diferentes de tantos otros que pululan por el mundo de la cultura, en cualquiera de sus ámbitos.

En segundo lugar, cuando leí: “La mayoría crecimos incómodos con el mundo rural” (p. 75), también sonreí. Luego aclara que los jóvenes del mundo rural y los del extrarradio, léase de clase obrera y no media como el autor, no estábamos tan incómodos. Y termina con una loa, apoyada en una cita de Fernández Liria y Alba Rico, al “buen salvaje” no sometido a los dictados de la maligna sociedad de consumo. Todo muy tierno.

Para terminar, en tercer lugar, con lo que quizá estoy menos de acuerdo es con el relato socieconómico de fondo. Según el mismo, los años ochenta fueron un erial para las clases trabajadoras. Un malvado PSOE utilizó la
“movida” para anestesiar a la sociedad española y que no se diese cuenta de la introducción del neoliberalismo. Todos los males actuales: precariedad y
temporalidad laboral, individualización y pérdida de los vínculos sociales, entre otros, provienen de ese momento.

Pongo un ejemplo de este modo de argumentar: “Los ochenta en España comenzaron con una tasa de desempleo del 9,5 por 100 y terminaron en el
16,9 por 100. Todo ello en un marco de crecimiento constante y con un gobierno autodenominado socialista. En ese paradigma seguimos embarrados, treinta y pico años después” (p. 62). Lo que no cuenta es que la renta per cápita en la España de 1980 era de 6.191 dólares y pasó a 13.767 en 1990, algo más del doble. En 2017, crisis mediante, fue de casi 25.000 euros. Se podría argumentar que esa riqueza acabó en las manos de unos pocos, al aumentar la desigualdad. Veamos que dicen los datos. En 1980 el índice de Gini, uno de los principales indicadores para medir la desigualdad, en España era de 36. En 1990 se había reducido al 33,9. Es decir, en la década ominosa de Lenore, se redujo la desigualdad, lo cual supongo será bueno para las clases populares. En 2017 es de un 34,1, ligeramente superior al de 1990, pero en todo caso inferior al de 1980.

Con todo, aun admitiendo que sigamos “embarrados” en ese paradigma, la exposición del libro quiere hacernos creer que los políticos, sobre todo los del PSOE, fueron los responsables de ese nuevo paradigma liberal. No hace falta saber mucha economía para admitir que algo más tuvo que pasar: la aparición de nuevas tecnologías, crisis energéticas, guerras, los cambios
en el sistema productivo o la mayor interconexión de la economía a nivel mundial fueron, entre otros factores, claves en la configuración del actual sistema socioeconómico. El PSOE y el “régimen del 78” son, en caso de serlo, una pequeña parte de la explicación.

El libro, y concluyo una recesión un tanto larga para los estándares de un blog, es interesante y hace pensar. Sin embargo, se mueve mejor en la arena del análisis cultural y patina un tanto en el análisis socioeconómico.



Nuevo artículo: “Global Subcultures: The Case of Spanish Corporate Expatriates”

Vida académica Posted on Fri, December 14, 2018 17:35

Acaban de publicarnos un nuevo artículo a mi compañera Almudena García Manso y a mí en el Journal of International and Global Studies (USA). Os dejo el enlace por si os interesa.



Rosalía y la apropiación cultural

Actualidad Posted on Sun, November 11, 2018 21:27

Una joven cantante llamada Rosalía ha sacado un disco en el que fusiona en flamenco con el Trap y, entre otras, la música electrónica. Es un disco brillante, creo, y además ha tenido éxito. Sin embargo, se han oído voces que dicen que Rosalía se ha apropiado de la cultura andaluza o gitana. Una cantante de rap como la Mala Rodríguez ha llegado a decir en una entrevista que Rosalía “está haciendo uso de ciertas cosas que pertenecen a la identidad del pueblo andaluz y de la comunidad gitana” (ABC, 27-07-2018, cursiva mía). Esto, la verdad, me produce una cierta desazón, porque el tema de la cultura en España no es en absoluto sencillo.

Intentaré, en los breves párrafos que siguen, clarificar este asunto de la apropiación cultural. Por apropiación cultural podemos entender de un modo directo el caso de una persona que se apropia de una obra concreta de otra. Esto afecta negativamente al autor en dos sentidos. El primer hace referencia al derecho moral de ser identificado como el autor de la obra. Los profesores universitarios, valga el ejemplo, por lo general no cobramos por los artículos que publicamos. Sin embargo, esperamos que nos citen cuando son utilizados. En caso contrario hablamos de plagio. Nuestra recompensa es el hecho de ser conocidos como autores de un análisis específico o de una teoría concreta. Las personas que se apropian de este trabajo sin reconocer al autor están atentando conta su prestigio y honor.

El segundo tiene que ver con el derecho a obtener una recompensa económica por un trabajo de creación cultural. Cuando alguien plagia el argumento de una novela, utiliza la base de una canción o copia un guion de una película sin el permiso del autor y recibe una recompensa por ello está apropiándose del trabajo de otra persona o de un conjunto de personas. En este caso la apropiación cultural atentaría contra la remuneración que los creadores culturales reciben por su trabajo.

En ambos casos, la apropiación de una obra concreta y específica, con un autor identificado, ataca a uno de los principios de las democracias liberales: la meritocracia. La legitimación de la desigualdad de recompensas, materiales o simbólicas, en este tipo de sociedades descansa en el trabajo de los individuos. Cuando alguien se apropia de su producción cultural de otra persona u organización y la presenta o explota como algo propio está simplemente robando (un asunto diferente, y fuente de discusiones, es el tipo, importe o la duración de esas recompensas).

Pero, temo, la polémica en torno a la apropiación cultural en el caso de Rosalía no va por ahí −aunque, como comentaré al final, el beneficio económico subyace a ese planteamiento−. En ese caso, creo que la idea es la siguiente: hay expresiones culturales que pertenecen a un pueblo, etnia, región o país y solo los que pertenecen a esa colectividad pueden explotarlas. Esta idea, sin duda, es más interesante desde el punto de vista sociológico. En este caso, la idea es que un género como el flamenco pertenece a, la Mala dixit, “la comunidad gitana” o al “pueblo andaluz”. Y, en consecuencia, solo ellos pueden explotar dicho género.

Este tipo de asertos tiene mucho que ver con la deriva del nacionalismo en nuestro país, y en muchos otros, y a las políticas de identidad cultural. Los movimientos políticos regionalistas y nacionalistas tras el descrédito de las teorías raciales posterior a la Segunda Guerra Mundial, buscaron su base en la idea de una cultura regional o nacional de carácter esencialista. En consecuencia, las expresiones culturales de dichas regiones y pueblos tuvieron que solidificarse e inventariarse. Es decir, convertirse en algo sustantivo en lo cual basar las reivindicaciones políticas. Y eso implicaba negar, o al menos minimizar, los fenómenos de fusión, hibridación y superación de fronteras que son consustanciales a todo fenómeno cultural.

Al final, claro está, se termina pensando que la cultura “pertenece” a algún tipo de colectivo. Y que solo ese colectivo tiene derecho a explotar los fenómenos que le son propios. Solo  los andaluces o los gitanos pueden hacer flamenco o versionar el flamenco. Este tipo de argumentos suenan bien al oído acostumbrado a la retórica nacionalista (ese nacionalismo banal). Sin embargo, caen por su propio peso. El rock and roll surgió entre la comunidad negra de los Estados Unidos, posteriormente se difundió entre el resto de la población de ese país y más tarde en todo el planeta. De hecho, ese género musical se practica en todo el mundo y ha sido fusionado con todo tipo de músicas locales. ¿Considerarán los afroamericanos que los blancos estadounidenses se han apropiado de su cultura musical? ¿Creerán los estadounidenses que el resto del mundo se ha apropiado de su cultura? ¿Solo los estadounidenses, o solo los negros estadounidenses, pueden hacer rock and roll y lucrase haciéndolo?

Si la respuesta es afirmativa propondría la creación de una “Denominación de origen protegida (DOP)” para la música. Así, las canciones de la Mala Rodríguez en Spotify podrían llevar la etiqueta “Sonidos de Andalucía”, pues ella es andaluza, y las de Rosalía no, ya que es catalana. También incluso podríamos exigir a las autoridades, llevando el argumento más allá, que legislen para que los que no son andaluces o gitanos no puedan hacer flamenco. En ambos casos podemos preguntarnos: ¿mejorará algo la calidad de la música que se hace?, ¿tiene algo esto que ver con la creatividad cultural?, o ¿debemos impedir que haya bailaores y cantaores japoneses? Vuelvo brevemente al tema económico, como dije antes, ¿no subyace en este planteamiento cierto proteccionismo económico?

Resumo y concluyo. La apropiación cultural parece negativa, desde un punto liberal o socialdemócrata, cuando se trata del robo de creaciones individuales o colectivas con nombres y apellidos: la novela de la escritora x o una canción del grupo y. Porque son de un modo directo los creadores de ese producto cultural (siempre, sea dicho de paso, apoyados en los hombros de gigantes de autores y tradiciones anteriores). Sin embargo, que un cuerpo indefinido como una etnia, una región o una nación se arrogue la titularidad de todo un género cultural es, cuanto menos, peliagudo (cuando una multinacional se queda con los derechos de autor de una canción popular nos tiramos de los pelos). ¿Debería el Estado español demandar a Terry Gilliam por haber hecho una película titulada El hombre que mató a Don Quijote? ¿No deberían ser solo los españoles los únicos con derecho a producir películas sobre nuestro más insigne antihéroe?

Menos mal que los creadores, los auténticos creadores, no reconocen las fronteras.



methaodos.rcs 6 (2)

methaodos.org Posted on Thu, November 08, 2018 16:51

Se ha publicado el nuevo número de metahodos.revista de ciencias sociales:



Lugares fuera de sitio

Libros Posted on Thu, November 01, 2018 17:36

Hace un tiempo comenté en este
blog La España vacía de Sergio del
Molino, de un modo elogioso y personal. El libro me interpeló acerca de mis
raíces y me hizo reflexionar sobre mi propia vida. Recuerdo que una vez
hablando con José Luis Anta, siempre fino en sus análisis, dijo que era el
libro que debería haber escrito un sociólogo o un antropólogo y que había
terminado escribiendo un periodista. Es verdad, pero poco importan las cuitas disciplinares.
La verdad es que Sergio del Molino está tratando de explicarnos España, tal vez
de explicársela a sí mismo, como hace tiempo que no se hace.

Su última obra es Lugares fuera de sitio (Barcelona,
Espasa, 2018), que persiste en esa tónica y por la que ha recibido el premio
Espasa en su edición de 2018. En ella describe nuestro país y reflexiona en torno a la idea de
frontera y de nación. Y lo hace fijándose en las singularidades presentes en
esa frontera, tanto en las exteriores (Gibraltar, Ceuta, Melilla, Olivenza o,
entre algunas otras, Andorra) como en las interiores (el Condado de Treviño o el
Rincón de Ademuz). Estos lugares muestran los límites de nuestras
construcciones identitarias y su naturaleza “imaginada” (B. Anderson). No
son, sin duda, enclaves fantasiosos, pues su situación actual se debe a
tradiciones previas y al peso de la historia, pero tampoco estaba escrito su
destino en leyes históricas inmutables. La existencia de estos enclaves debe
mucho a la casualidad o a fenómenos históricos puntuales. Y esto nos dice mucho
sobre la construcción de las naciones.

Lo que más me ha llamado la
atención es que Sergio del Molino, como ocurría con el libro anterior, parece
estar hablando directamente conmigo. El viaje arranca, pues el texto tiene
mucho de libro de viajes, en el restaurante Alcuzcuz de Alhuzema en Madrid. Por
casualidad lo conozco, pues allí me llevó mi buen amigo Ismael Cherif-Chergui, cuya
familia tiene orígenes rifeños, que nos presentó a su dueño. Y comienza en
Gibraltar que visité acompañado de Paco Oda, oriundo de La Línea de la Concepción
y primer director del Instituto Cervantes en Gibraltar. Con él también visité
Melilla y Nador, por un trabajo académico.

Aún recuerdo la primera vez que
vi la valla perimetral de Melilla y la aduana con Marruecos. No deja de ser
impresionante para alguien que está acostumbrado al civilizado espacio Schengen.
Las filas interminables de porteadores, más bien, porteadoras, el comportamiento
de los gendarmes marroquíes… También recuerdo el ambiente neocolonial de
Melilla. Llegué a escuchar, una noche que nos llevaron al Puerto Deportivo, que
lo bueno de este lugar era que los únicos moros eran los que te servían las
copas. Todo dicho. Como curiosidad, y por confirmar las apreciaciones del autor
sobre los informes del Real Instituto Elcano sobre Ceuta y Melilla, nos
entrevistamos con el funcionario que en aquel momento realizaba trabajos para
el INE y nos comentó que en principio y legalmente no se podía saber cual era
la población de origen “peninsular” y cual lo era de origen “marroquí”.
Preguntar por tales cuestiones no era legal. Sin embargo, ellos tenían hecho el
cálculo a partir de los apellidos de los habitantes de Melilla.

La verdad es que todo esto no
deja de ser anecdótico, aunque quizá significativo, pero es parte de España.
Simpatizo mucho con el objetivo de Sergio del Molino, que creo no es otro que
mostrarnos la diversidad de nuestro país (la España vacía también lo es, por
muy olvidada y mitificada que la tengamos). Los relatos nacionalistas, se envuelvan
en la estelada, la ikurriña o en la rojigualda, no dejan de ser cuentos
simplificadores para aunar sentimientos de amor por un ente más o menos
imaginario y, al tiempo, indicarnos cuales son los “otros”. Pero las fronteras
con los otros son difusas. De hecho, los otros podemos ser nosotros mismos en
no pocas ocasiones. Esos terrenos de frontera, sobre todo cuando son
contestadas, nos muestran los límites de las identidades sociopolíticas. No podemos
vivir sin ellas, eso parece claro, pero tampoco debemos sacralizarlas. La idea
de identificarnos con una entidad política de un modo racional, usemos la metáfora
del “patriotismo constitucional” o cualesquiera otra, parece el camino más
acertado. Pues, como concluye el libro, “el
tiempo de los cristianos viejos acabó hace mucho. Quienes creemos que a los nacionalismos
disgregadores y etnicistas como el vasco y el catalán se puede oponer una idea
de nación abierta y fuerte fundada en el principio liberal de igualdad, debemos
esforzarnos por eliminar cualquier forma de marginalidad y cualquier sentimiento
de exclusión. Sólo así lograremos convencer de que una España dentro de Europa
es la mejor forma de reconciliarnos con una historia ingrata y cruel -como la
de todas las naciones- y de enfrentar un futuro libre y democrático”.



Sonríe o muere

Libros Posted on Fri, September 07, 2018 17:01

Ha
caído estos días entre mis manos Sonríe o
muere. La trampa del pensamiento positivo
(Madrid, Turner, 2018, 3ª
edición) de Barbara Ehrenreich. De ella había leído ya Por cuatro duros: como (no) apañárselas en Estados Unidos, en el
que analizaba las penurias de la clase obrera no cualificada estadounidense (véase la entrada anterior). Me pareció
un gran reportaje periodístico, que contenía mucha verdad. El libro que ahora
reseño es también una gran crónica magníficamente escrita y que da de lleno,
creo, en una de las tendencias de nuestro tiempo: el llamado “pensamiento
positivo”.

El pensamiento positivo mantiene que
las personas somos capaces de modificar nuestro entorno mediante nuestro pensamiento
y nuestra voluntad. Si deseamos algo con la suficiente fuerza seremos capaces
de conseguirlo. Las circunstancias, sean naturales o sociales, no son un
obstáculo que no pueda ser superado por una forma de pensar positiva. Este modo
de pensar tan “idealista”, por no llamarlo “ilusorio”, se aplica a diversos
campos de la vida cotidiana: la salud, el mercado de trabajo o las relaciones
personales. Y ha sido transmitido sobre todo a través de los libros y cursos de
autoayuda y de la llamada psicología positiva.

Es un tipo de pensamiento, cuenta
Enrenreich, típicamente estadounidense que surge del protestantismo ascético,
aunque
se está expandiendo con rapidez por todo el mundo. Cuando explico en
clase que “cuando deseamos algo, el mundo no conspira para que consigamos
realizar nuestro deseo” (parafraseando la famosa cita de Paulo Coelho), que el
mundo pasa bastante de nuestros deseos, algún alumno me reprocha haber chafado
una idea importante para él o ella. Quizá el pensamiento positivo: tenemos derecho
a conseguir lo que queremos; junto al sentimentalismo: nadie debe poner en tela
de juicio mis sentimientos, sean dos rasgos destacados de nuestro tiempo.

Otro aspecto destacado son las
implicaciones políticas del pensamiento positivo. Aunque según la autora este
tipo de pensamiento está extendido entre personas de muy diferente condición
ideológica, resulta congruente con el pensamiento más conservador. Por varios
motivos. En primer lugar, es fuertemente individualista. Si podemos conseguir
lo que queramos simplemente cambiando nuestro modo de pensar, ¿para qué buscar
la acción colectiva? En segundo lugar, culpabiliza a los individuos y no a las
circunstancias. Si te quedas en paro, culpa tuya; si tu negocio fracasa, más de
lo mismo. En tercer lugar, es una ideología que ha sido comprada por las
grandes empresas capitalistas pues sirve para, de un lado, aumentar la
autoexigencia de las personas y reducir su “conflictividad”; y, de otro lado,
establecer un lenguaje políticamente correcto que impide el disenso.
Finalmente, fomenta la expulsión de los disconformes. Si no eres positivo, eres
una persona “tóxica” a la que se debe apartar (aunque a veces las personas tóxicas
tengan razón).

Barbara Enrenreich aboga por
superar este tipo de pensamiento que funciona a modo de trampantojo de nuestras
miserias o que, directamente, contribuye a aumentarlas. Propone sustituirlo por
una visión no pesimista, sino realista y racional. “Lo que llamamos ilustración
(…) es el lento entendimiento de que el mundo sigue su curso según unos
algoritmos internos de causa y efecto, de probabilidad y azar, que no tienen
para nada en cuenta los sentimientos humanos” (p. 236). No puedo estar más de
acuerdo. El problema del pensamiento positivo no es que nos haga optimistas y
felices, el problema es que nos aleja del pensamiento racional y nos acerca al
mundo mágico.



Últimas publicaciones

Vida académica Posted on Thu, August 30, 2018 13:22



Analíticos y narrativos

Actualidad Posted on Fri, August 03, 2018 15:33

Dentro de la sociología, diría
que incluso dentro de las ciencias sociales, existe una disputa entre aquellos
que consideran que la disciplina debe ser analítica y los que la ven más como
una narración. Para los primeros, y su apuesta por la “teoría social analítica”,
la disciplina debe centrarse en la búsqueda de explicaciones causales. Estas
explicaciones proporcionan resultados modestos y generan teorías de rango medio
(véase, por ejemplo, el interesante manual de Francisco Linares Martínez, Sociología y teoría social analíticas,
Madrid, Alianza, 2018). Su medio de difusión preferido es el artículo
científico (el paper). Los segundos,
por el contrario, mantienen que la sociología debe preocuparse de hacer
comprensible el mundo para las personas y de generar una narración que así lo
permita. Producen largos relatos, habitualmente en forma de libro, con vividas
descripciones y contextualizaciones de las tesis expuestas.

Con frecuencia, los primeros
acusan a los segundos de generar una sociología débil y poco científica: de
hacer literatura en vez de ciencia. Los segundos a los primeros de producir una
sociología centrada en pequeñeces que dificultan hacerse una imagen del mundo
social en el cual vivimos.

Estoy terminando de leer la excelente
y voluminosa obra de Robert Bellah La
religión en la evolución humana
(Madrid, CIS, 2017). Este, sin rechazar el
pensamiento científico, al cual se adscribe, piensa que la narración es
necesaria. Forma parte del modo de pensar de los seres humanos y, por tanto, es
necesaria incluso para transmitir la ciencia. En sus propias palabras:

“La narrativa, en resumen, es más
que literatura, es el modo en que entendemos nuestras vidas. Si la literatura
simplemente proporcionase entretenimiento entonces no sería tan importante como
es. (…) La narrativa no es solo el modo en que comprendemos nuestras
identidades personal y colectiva, es la fuente de nuestra ética, nuestra
política y nuestra religión. (…) La cultura mítica (narrativa) no es un
subconjunto de la cultura teórica [la ciencia], no lo será nunca. Es más vieja
que la cultura teórica y sigue siendo hasta hoy un modo indispensable de
relacionarse con el mundo” (p. 354).

Este es un debate que, temo, se
encuentra lejos de una solución. En la actualidad parece que la
universidad y la comunidad investigadora está siendo conducida hacia los
presupuestos analíticos: hay una apuesta por el artículo científico frente al
libro, y por los modelos cuantitativos frente a los cualitativos. Sin embargo,
en las librerías se ve poca sociología analítica y mucha sociología narrativa.
El éxito de Zygmunt Bauman, por ejemplo, así lo atestigua. Hace poco leía que
el artículo científico medio tenía aproximadamente 17 lectores. Algo irrisorio
si lo comparamos con los millones de libros vendidos por Bauman.

El impacto social de James S.
Coleman, como gran representante de la sociología analítica, es mucho menor
fuera del ámbito estrictamente científico (incluso, dentro del mismo, es discutible que su impacto no sea menor que el de otros sociológos más narrativos). Quizá por eso Salvador
Giner
en un comentario al número monográfico que la Revista Internacional de Sociología dedicaba a
la sociología analítica, decía que veía complicado que las aportaciones de Weber,
Marx o Durkheim se circunscribieran al planteamiento limitado de la
sociología analítica. Y es así porque estos autores, y muchos otros, han creado
el marco narrativo que nos permite comprender y manejarnos en la sociedad
moderna. Nada comparable a lo que puede ofrecer una sociología limitada a sus
aspectos analíticos.

Con esto último, y esta es
simplemente mi visión, no se niega la validez de lo analítico. De hecho, toda
disciplina científica lo es. Simplemente que hasta la teoría analítica más
compleja ha de integrarse en una narración. De hecho, como recuerda Robert
Bellah, algunas de las teorías científicas de la física o la biología con más
apoyo y recorrido: el Big Bang o la teoría de la evolución, han generado su
propia narrativa. Esto no impide que sean plenamente científicas y que sus
postulados sean objeto de “falsación”. La sociología, creo, debe seguir esta
senda, ser rigurosa y científica y, al tiempo, generar narraciones que ayuden a
las personas a vivir en el complejo mundo social que nos rodea.



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